02 junio 2009

Martirio sobre ruedas (pinchadas)

No, no es que la gran Maribel Quiñones vaya a presentar su último disco sobre una carroza en la cabalgata del Orgullo sevillano (anda, ¡qué buena idea acabo de tener! ¡Voy a registrarla antes de que se le ocurra a algún genio!). 

Mi martirio es algo diferente, mucho más parecido al que Astérix y Obélix pasaron en su octava prueba.


Como sabéis, vivo en una ciudad que se las da de sostenible, ambiental, moderna y –por si no fuera poco suplicio eso– además es completamente llana. Vamos, que con cuatro duros que se sacaran de acá y otros tres de acullá a cualquiera se le ocurriría convertir a Sevilla, ciudad milenaria y de misa de ocho, en una mezcla de Nueva York, Barcelona, Ámsterdam y El Rocío. Aprovechando el perfil llano del asunto, a algún genio se le ocurrió que no podíamos ser menos que otras ciudades y teníamos que contar aquí con un sistema público de alquiler de bicicletas, que luce mucho cuando te visita ora un primer ministro, ora un gurú ambiental que se las da de haber sido "the next president of the US"

El cómo hacer que el sistema funcione, sin embargo, no parece tan fácil. Bueno, siempre se puede convocar un concurso público por 92 milloncejos de nada (15.307 millones de pesetas, ¡quince mil!) a pagar en veinte años, que malo será que con semejante taco el sevillano infiel no se convierta a la nueva religión de las apariencias verdes y el todoterreno para recoger a los niños del cole en el garaje. 

De las dos empresas que existen en este sector tanto da Juana como su hermana, pero había que adjudicárselo a una y así nació, de la mano de JCDecaux, nuestra amada Sevici, el inicio de un martirio que para ni los propios romanos invasores habrían querido para las mismísimas Santa Justa y su hermana desposeída Santa Rufina



La verdad es que, a ojos de un turista, el invento no puede lucir mejor. ¡Qué gusto da pasear a pie por tanta senda verde y que pasen miles de personas tocando sus brand-new timbres para que nos apartemos! 


Ahora que, como usuario habitual, el tormento es de los de primera división. Que si esta bici está pinchada, que si la otra tiene la cadena fuera de su sitio. Estaciones con tres bicis ancladas que el sistema no reconoce y no suelta ni a tiros, otras a rebosar, llenas tras la comida y que no admiten ni una bici más de lo hartas que se han quedado. Postes de información que no se conectan con la red, bornetas (¡bornetas, esa palabra!) maliciosas que le dicen al sistema que te dejan la bici pero que no la sueltan ni pa'trás... Desde los años de la Inquisición del castillo de san Jorge no se había visto tanta maldad tan poco disimulada en Sevilla.

Sin embargo, con la habitual resignación de quien se sabe habitante de la ciudad del quiero y no puedo, la mayoría de borregos ciclistas no se paran a pedir que mejore (o que funcione mínimamente) el sistema. Hete aquí que este bloguero, que se viene arriba a la primera de cambio, un día explota y decide pasar a las armas y jugar con las pocas bazas de que dispone: un móvil modernito como escudero y el recurso a la pataleta de las hojas de reclamaciones. 

En el día de ayer me acerqué, gracias al GPS de mi móvil, a donde Cristo perdió el mechero (qué andaría haciendo, el muy colgao, más allá de Torreblanca) todo ufano a poner por escrito mi rabia. 

Empecé mi relato en dos hojas, contando dos casos en los que los dichosos postes no me habían dado el resguardo donde pone el número de abonado y el servicio de atención al cliente, una línea 902, no puede dártelo hasta día y medio después (eso pasa por intentar hacer algo un sábado por la tarde: "vuelva usted el lunes a primera hora, caballero"). Por cada uno de ellos pedí 0,71 euros, equivalentes a un día de abono perdido.

Continué con una pataleta metafísica y matemática: si existen 250 estaciones y durante la semana santa, que Dios nos permita seguir disfrutando muchos años, me cierran sin avisar 13 estaciones durante ocho días, me deben ustedes, señores gabachos concesionarios, otros 26 céntimos. Y cuando iba a seguir para protestar por dos casos de rebeldía bornetera va el libro de reclamaciones y se queda sin hojas. 

¿Y ahora qué hago? Ir al ayuntamiento a preguntar qué se puede hacer. De allí, a la Policía Nacional. De los antiguos grises, a los modernos municipales de la Alameda, que me indican que si una empresa no tiene hojas de reclamaciones tendría que haberlos llamado para que ellos en persona certificaran tal hecho. 

Lleno de sed de venganza al alba del día de hoy, a las 8.20 estaba ya plantado de nuevo donde Jesús dio las tres voces para sorprender al enemigo en su sueño profundo. Efectivamente, no les había dado tiempo a proveerse de libro de reclamaciones y, siguiendo instrucciones del Cuerpo, llamé a la comisaría del distrito siete y al cabo de hora y media ya tenía interpuesta denuncia de tal infracción administrativa, con su resguardo y todo. Nada menos.

Total, que con el enemigo tocado pero no hundido, estoy a la espera de poder continuar con mis dos reclamaciones en sendas hojas oficiales y de recibir en el plazo de diez días contestación a mis demandas estimadas en... 1,68 euros.

Y ahora, queridos niños, quien se atreva a decirme otra vez que después de dos años en Zaragoza no se me ha pegado nada de los maños que se siente el sábado a ver Cine de Barrio. Con suerte, quizá repongan por enésima vez la genial Don erre que erre, de Paco Martínez Soria. Si no, llamadme y os la cuento, que la tengo muy fresca.

Amén.