27 marzo 2007

One Laptop Per Child



Un ordenador por niño. O la manera de que todos los niños, en cualquier país y de cualquier nivel económico, puedan tener acceso a un ordenador para completar su aprendizaje. Como dicen en la página web del proyecto:

La OLPC se basa en las siguientes tres premisas básicas:

  1. El aprendizaje y una educación de calidad para todos es esencial para una sociedad justa, equitable y viable tanto económica como socialmente;
  2. El acceso a laptops [ordenadores portátiles] en una escala suficiente provee beneficios reales para el aprendizaje y mejora dramáticamente el nivel de la educación nacional;
  3. Mientras las computadoras sean innecesariamente caras las ganancias potenciales seguirán siendo el privilegio de unos pocos.
El proyecto no nació para diseñar un ordenador, sino como todo un proyecto educativo, dice Nicholas Negroponte, que además de uno de los gurús del mundo digital es el más conocido de los impulsores del proyecto.

La idea se debería poner en práctica de una manera más o menos fácil, porque el precio de cada PC se situará en unos 100 euros. Lo mejor es que se está diseñando también un programa 2x1. Tú pagas 2 (unos 200 euros), pero sólo te llevas uno. El otro es para algún niño que participe en el programa.

En fin, la experiencia del software libre, la wikipedia y la cooperación entre usuarios llevada a un nuevo grado.

26 marzo 2007

Can't stop now

I noticed tonight that the world has been turning
While I've been stuck here dithering around
Well I know I said I'd wait around till you need me
But I have to go, I hate to let you down
But I can't stop now
I've got troubles of my own
Cause I'm short on time
I'm lonely
And I'm too tired to talk (…)

And I can't slow down
For no one in town
And I can't stop now
For no one


Esta canción de Keane, de su primer disco Hopes and fears, es todo un manifiesto. Porque todos sentimos en algún momento la necesidad de seguir adelante, sin pensar en lo que dejamos atrás, ni en quien fue una vez importante y de repente ya no lo es.

‘I can’t stop now for no one’, ya no puedo esperar por nadie, canta Keane, porque no hay casi nadie tan importante como para impedir que sigamos adelante. Una declaración de intenciones que, si realmente la creemos, puede ser reveladora en algunos momentos.

Claro que habrá quien proteste, quien patalee. El presidente del gobierno no podría decirle esto a los de enfrente (aunque no le falten razones). Un cantante comercial o un artista de éxito no pueden, muchas veces, romper lazos con el público que demanda su obra, aunque ésta haya perdido ya la frescura original que motivó su parto.

Yo sí puedo gritarlo hoy. Lejos ya de mi casa (la de adopción), y aunque a veces lleguen mensajes que tiran de mí hacia atrás, siento que ya no puedo pararme por nadie. Porque ahora tengo mis propios problemas.

03 marzo 2007

Fuera / dentro

Fuera / dentro de la hélice



Esta hélice es igual que una de las dos que me trajo a Galicia este fin de semana.

[Por fuera] Es un ATR-47, un avión turbopropulsado de PlaZa Servicios Aéreos, una línea aérea aragonesa que ofrece vuelos regionales operados por Swiftair. El vuelo 5004 del 2 de marzo tenía pensado llegar a Santiago a las 20.45, con 28 pasajeros y tres tripulantes a bordo. Pero nunca pisó el aeropuerto de Lavacolla. Las nubes, la lluvia y el viento impidieron que el pequeño avión de hélices pudiera tocar la pista, aunque lo intentó y estuvo pocos metros por encima de ella. El piloto decidió abortar el aterrizaje y pedir autorización para probar otro aeropuerto cercano. El de Vigo-Peinador tampoco ofrecía condiciones climáticas adecuadas, así que fue redirigido hacia A Coruña-Alvedro. A las 21.30 pudo tomar tierra sin complicaciones en el aeropuerto coruñés. El pasaje pudo desembarcar pasado un cuarto de hora, y fue dirigido a pie de las pistas a la terminal de Alvedro. Algunos decidieron quedarse ya en la ciudad mientras que la mayoría fue trasladado en autobús al aeropuerto de Santiago, el destino inicialmente previsto en los planes de vuelo.

[Por dentro] El sobrecargo me reconoció nada más subir las escaleras que dan acceso al avioncito por la puerta trasera. Se llama César, nació en Riveira y es un viejo amigo y compañero de estudios de verano en Irlanda. Es curioso conocer a un azafato; siempre me han parecido seres de otro planeta, pero ahora me acordaba de él, de su camiseta amarilla fosforita que compró en Bray hace ya 9 años, de aquellos partidos de fútbol en Brook House, de cuando iba con Laura a una discoteca en aquel verano en que intentábamos aprender inglés.

Me ofreció café, aunque se disculpó por no tener leche en un vuelo tan corto. Al final lo dejamos en un menta poleo. Le di mi tarjeta con mi número y le invité a llamarme si algún día volvía a trabajar por Zaragoza. Nos sentamos y nos abrochamos los cinturones porque empezaba ya el descenso.

Desde que César anunció la maniobra hasta que vi las primeras luces pasaron más de veinte minutos. Poco después vi ya las autopistas de Santiago, los faros pequeños de los coches en movimiento y reconocí, aunque todo lo demás estaba a oscuras fuera del avión, los montes cercanos al aeropuerto. Vi la terminal y las luces de la valla de seguridad del recinto. Vi la pista, acercándose... y manteniéndose a unos diez metros debajo de la panza del ATR. No frenamos, planeamos sobre ella y luego volvimos a subir.

La azafata, sentada entre los pasajeros dos filas delante de mí, miró atrás, a César, e hizo un gesto de asentimiento. "Sí, volvemos a subir", le decía con señas. Los 28 viajeros se reacomodaron en las butacas, de una manera incómoda. Alguno de ellos, supongo, rezaría. Yo no lo hice. Pensé que todo estaba bajo control y que en un minuto el comandante nos diría cuál era el plan. También pensé en muchas cosas, muchas personas que me esperaban allí abajo y que dejaba atrás por unos minutos. Lo bueno es que no pensé en ti.

El comandante tardó más de quince minutos en decir algo. Algunos pasajeros rezaban ya su quinto avemaría, supongo, y yo esperaba impaciente saber algo más. Finalmente, una voz impersonal y entrecortada nos decía, de manera improvisada, que iríamos a A Coruña. Después de otro cuarto de hora, pudimos ver ya la luz de la Torre de Hércules allí abajo. Mi vecino de la butaca delantera confesó "Pues aún te es bonita Coruña". Sí, lo es, corroboré.

Aterrizamos y César, tranquilo como quien sabe que todo había sido normal, me estrechó la mano y me deseó suerte. Le devolví los buenos deseos y bajé las escaleras, pisando ya la tierra que echaba de menos desde el año pasado. Andando, y todavía sin pensar en ti, crucé la pista hasta la terminal. Sentí frío.

Actualización. La vuelta fue perfecta. Duró poco más de una hora y cuarto e incluyó una vista panorámica de Zaragoza sin nubes. La Expo está muy avanzada :)